Una de las cosas más difíciles de superar en esta vida es la muerte de un ser querido. Pero los moteros sabemos que nuestro riesgo es mucho más alto y que en cualquier momento nos puede pasar a nosotros, o podemos recibir una llamada telefónica que nos avisa de una desgracia.
¿Estamos preparados para eso?
Aunque nos guste pensar que si, la verdad es que no. Suena el teléfono, contestas, te lo cuentan, se hace un silencio mientras te rompes por dentro y luego cada uno, exterioriza como puede.
¿Pero qué pasa si además a tu alrededor todo se hace mal?
Pasa que no puedes hacer tu duelo e intentar continuar con tu vida. Pasa que vives en una constante tortura interior.
Este es el caso de la familia de Sara Díaz.
A Sara la arrolló un coche que circulaba en contra dirección cuando ella iba en moto, y la dejó tendida en un tramo sin iluminación de la calzada de la autovía B-24. No paró. No avisó a urgencias. No hizo nada más que esconderse. La dejó ahí, sola y sin poderse valer por sí misma. Sara sufrió un segundo accidente y esta vez el conductor si avisó a los servicios de emergencia, pero llegaron tarde.
A partir de este momento la historia se vuelve casi surrealista y más propia de una película que de algo real. Cogen al (presunto) homicida, confiesa la autoría y le sueltan. Obviamente, se dio a la fuga y escapó del país.
Me estaba empezando a acostumbrar que los políticos y las instituciones públicas en general nos roben, nos mientan y nos tomen por idiotas todo el tiempo contándonos historietas para camuflar sus incompetencias. Pero, ¿en algo tan delicado como el atropello de una persona no se aplica algo tan sencillo y usual como la prisión preventiva?
La familia de Sara ha decidido pedir nuestro apoyo para intentar presionar a los organismos públicos y que tomen medidas serias en el asunto. Ya no por Sara, sino por todos aquellos que podemos ser atropellados por un kamikace y abandonados a nuestra suerte.
La familia de Sara sólo nos pide nuestra firma y nuestro apoyo a través de change.org.
Yo ya se lo he dado.