El sidecar


Según las dos teorías más aceptadas mundialmente, entre los años 1893 y 1900 nació el sidecar. Como bien sabéis, el sidecar es un vehículo de una rueda que se engancha al lateral de la moto y que permite llevar a dos personas como copilotos en lugar de sólo una, la del asiento trasero. También le da a la moto un aspecto más o menos extraño, pero eso ya es otra cosa. El sidecar fue muy popular en los años cincuenta e incluso se utilizó por parte de los soldados que lucharon en la Segunda Guerra Mundial.

Más allá de lo bonitos que me parecen (sobre todo porque ver un sidecar te teletransporta a la época de las gramolas, las faldas de vuelo y el rock en estado puro), lo cierto es que siempre he pensado que, por mucho que parezcan la panacea de la comodidad en moto, los sidecares son poco prácticos. Quizá mi visión particular sobre ellos tenga algo que ver con una anécdota familiar que suele aparecer en casi toda comida / cena / evento vario y que tiene como protagonista precisamente a uno de ellos: a un sidecar.

Bueno, para ser sincera, la anécdota tiene como protagonista al sidecar de mi tío Antonio y a mi tía Anuncia. En los años cincuenta ellos salían como novios en la ciudad. Mi tío tenía una moto en la que solía llevarla de paseo pero, por lo visto, la tal moto no era lo más cómodo del mundo y mucho menos si tenemos en cuenta que mi tía debía montar con falda y “estilo chica”, es decir, con las piernas hacia un lado. Así que mi tío, en un alarde de amor, un domingo apareció a recogerla en la casa en la que trabajaba como cocinera con una moto con sidecar.

El sidecar en cuestión era un añadido que mi tío, con ayuda de un amigo mecánico, le había hecho a la moto. Eso sí, tenía todas las garantías (del mecánico, ejem) de que funcionaría bien y no habría ningún problema. Y funcionar, funcionó… hasta que mi tío cogió sin querer el primer bache, se soltó el enganche del sidecar con mi tía dentro y allí se quedó ella, metida en un sidecar sin moto en medio de la carretera que lleva de la ciudad a uno de los pueblos turísticos mientras mi tío, que no se había percatado de la maniobra, seguía su camino.

Hace tantos años que cada vez que cuentan la historia cambian el número de kilómetros que mi tío recorrió sin mi tía y sin el sidecar, de manera que no podría dar una cifra aproximada real. Lo que sí puedo decir es que, cada vez que voy en la trasera de una moto y se me viene a la cabeza que es incómodo o que echo de menos conducir… me acuerdo de mi tía “abandonada” en un sidecar y se me quitan las ganas de quejarme. Para que veáis que hay formas peores de viajar en una moto.

Una de las veces que estuve en Barcelona el año pasado decidí probar lo que se siente viajando en un sidecar, para quitarme el mal sabor de boca ajeno que deja la historia de mis tíos, por más graciosa que sea. Había descubierto por casualidad que existen varias empresas que alquilan motos con sidecar incorporado, así que mi hermano, una amiga y yo decidimos alquilar una para subir al Parque Güel. Me pedí el sidecar desde el primer momento y ninguno de los dos tuvo inconveniente, porque yo era la única que quería probarlo.

He de decir que la sensación, la comodidad y la imagen que me dejó aquel viaje de ida y vuelta al Parque Güel en sidecar no tiene nada que ver con lo que había imaginado. Me gustó bastante, sobre todo porque un buen sidecar es infinitamente mejor que un asiento trasero de moto. Sin embargo, a pesar de las comodidades… no conseguí tener la sensación de que viajaba en moto. Tampoco me pareció que fuera en coche. Fue… un híbrido extraño. La principal conclusión que saqué es que, personalmente, se me haría difícil vivir la moto desde dentro de un sidecar.

Y vosotras… ¿alguna vez habéis probado un sidecar? ¿Qué os parece como medio para llevar pasajeros? Ahora que se vuelve a llevar tanto la estética de los cincuenta… ¿se volverán a poner de moda?

Nos leemos en quince días 

Ráfagas traseras.

Mujeres Moteras