Ráfagas traseras; Yo, motera.


El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define “motero” (o “motera”) como “apasionado de la moto”. El diccionario no especifica nada más pero, hasta hace unos pocos años, la sociedad en general consideraba moteros o moteras a aquellas personas que, además de hacer de la moto su razón de ser (y no sólo su medio de locomoción… las motos nunca, nunca serán sólo eso), las conducían.

motera

Sentir el asfalto, el viento en la cara cuando te levantas la visera del casco, inclinar el cuerpo para trazar mejor cada curva del camino, acelerar, frenar, hacerse ráfagas con las luces o V’s al encontrarte con otras dos ruedas… Son sensaciones, vivencias, que van en el “ser motero”.

Pero… ¿qué pasa si todas estas sensaciones… las vives desde el asiento de atrás de una moto y no a los mandos? ¿Somos, o no somos moteros y moteras todos los que vivimos la moto como copilotos?

Hasta hace muy poco, yo estaba convencida de que no. Me sentía… iba a decir que motera de segunda, pero ni siquiera eso. No me sentía motera, no en el significado más puro de la palabra. Porque sí, mi pasión por las motos se remonta a los ocho o nueve años (o menos), a la primera moto que tuvo mi padre, una Servetta Lambretta de los años ochenta que aún ronda por el pueblo y que mi hermano hizo suya muchos años después.

Mi pasión por las motos me ha llevado a ver grandes premios (primero por televisión y, cuando al fin pude, en directo, a pie de curva), a forrar las carpetas del instituto y de la facultad con pilotos en lugar de con actores o cantantes, a comprar revistas de motos en lugar de revistas “para chicas”, a idolatrar a Carlos Checa por encima de todas las cosas (si no lo cuento, reviento), a viajar mucho y bien en moto, a sentir la carretera como nunca lo había hecho antes… pero, la mayor parte del tiempo, desde el asiento trasero de una Derbi, de una Burgman, de una CBR 600.

No me sentía motera. A pesar de vivir y disfrutar la moto de esa manera. Cuando nos cruzábamos con alguna otra moto, en nuestros viajes, mi mejor amigo siempre saludaba con V’s. Yo, no. Tenía la sensación de que ser el copiloto no me daba el derecho para hacerlo. Además casi nunca que nos encontrábamos con dos en una moto el de detrás saludaba. Así que, yo seguía en mis trece. “No soy motera” le decía a mi mejor amigo. Y él me miraba y se echaba las manos a la cabeza. “¿Porque no conduces? ¡Si te gustan aún más que a mí!”.

 

Siempre recordaré el día que comprendí por qué las mujeres copiloto también somos, de pleno derecho, moteras. Fue en mi ciudad, Cuenca, en una concentración de Goldwings. Yo tenia que hacer un reportaje para el medio de comunicación en el que trabajo y los casi ochenta moteros y moteras que celebraban en Cuenca el aniversario de su club, el Rebels, me invitaron a comer con ellos. La pregunta era inevitable y me la hizo Andrés: “¿Por qué haces tú el reportaje? ¿También eres motera?”. Le dije que no. Que me gustaban las motos a rabiar, que acudía siempre que podía a concentraciones, que sentía la moto… pero que motera no era. La cara que me puso era un poema.

“¿Cómo que no?” insistió. Cuando le expliqué que no me sentía así porque no conducía (en ese momento y ahora, aunque sí lo haya hecho), me miró, señaló a las personas que allí estaban y me dijo algo así como que allí todos eran moteros, viajaran en el asiento que viajaran. Me hizo pensar mucho porque… ¿No dice el diccionario que motero es aquél que siente pasión por la moto… sin importar nada más? En la siguiente salida con mi mejor amigo, cuando nos encontramos a otros moteros, empecé a hacer V’s yo también… y a dejar de sentirme fuera de lugar por no ir a los mandos.

Y vosotras, moteras copiloto… ¿cómo os sentís en el asiento de atrás? ¿alguna vez habéis tenido la sensación de que no llegábais a ser moteras del todo? ¿Cómo la superásteis? ¡Contadnos cómo se viven esas ráfagas traseras!

Mujeres Moteras